jueves, 22 de abril de 2010

MARIA, DISCÍPULA Y MISIONERA


La Bienaventurada Virgen María por su fe (Lc. 1,45) y obediencia a la voluntad de Dios (Lc. 1,38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (Lc. 2, 19.51) es la discípula mas perfecta del Señor. Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos.

La Virgen de Nazaret, nos da testimonio de misión, pues tuvo una tarea única en la historia de salvación, concibiendo, educando y acompañado a su Hijo hasta su sacrificio definitivo. Desde la cruz, Jesucristo confió a sus discípulos, representados por Juan, el don de la maternidad de María, que brota directamente de la hora pascual de Cristo: “Y desde aquel momento el discípulo la recibió como suya” (Jn 19,27). Perseverando junto a los apóstoles a la espera del Espíritu (cf. Hch 1, 13-14), cooperó con el nacimiento de la Iglesia misionera, imprimiéndole un sello mariano que la identifica hondamente. Como Madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y el perdón, y ayuda a que los discípulos de Jesucristo se experimenten como una familia, la familia de Dios.

María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, ha ido fortaleciendo el Evangelio en nuestra Diócesis. En el acontecimiento de la montaña de torcoroma, sucedido hace 299 años, presidió el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu. Desde entonces, son incontables las comunidades que han encontrado en Ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo, constatamos que se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente.

Confiamos esta labor misionera al abrigo protector de la Virgen madre, pues somos conocedores que en María, nos encontramos con Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, como asimismo con los hermanos (Aparecida 266 - 272).

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