lunes, 26 de abril de 2010

SEMANA SANTA


El misterio pascual: Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, actualizado año tras año en lo que conocemos como Semana Santa o Mayor, se convierte para los hombres y mujeres, miembros de la verdadera Iglesia de Cristo (Mt. 16,18), en un tiempo de gracia y de salvación.

No es sólo la semana de descanso o las primeras mini-vacaciones del año; más que esas equívocas definiciones, la Semana Santa es “la celebración de la fiesta cristiana, pero no con levadura vieja, la de la maldad y perversidad, sino con los panes pascuales de la sinceridad y la verdad” (1 Cor. 5,8), es la profundización en el encuentro con Dios, consigo mismo y con los demás.

De manera especial se motivará, en este tiempo de gracia y de salvación, a los fieles cristianos católicos y a todos los hombres y mujeres de buen corazón, a redescubrir la fe en el encuentro con Jesucristo vivo. Una experiencia que se halla en la actualización del evento redentor en nuestras vidas, mediante los encuentros litúrgicos y las diferentes manifestaciones de la religiosidad popular que la Iglesia Cristiana Católica permite vivir.

Son muchos los motivos que mueven al verdadero cristiano a encontrarse, en la intimidad, con el Dios de la Redención y de la feliz Resurrección; son encuentros personales que se hacen comunitarios cuando se acepta al hermano necesitado; son momentos de reflexión y, sobre todo, de búsqueda continua de la Luz perenne, mediante la metodología: Pasión, Muerte y Resurrección.

Por todo esto se hace obligatorio saber que no hay felicidad sin sufrimiento, ni mucho menos hay Resurrección sin antes haber pasado por la cruz; así como no existirá en la espiritualidad cristiana el verdadero gozo en Cristo sin antes haber asociado el sufrimiento humano a la Pasión, Muerte y Resurrección de Aquél que tiene Palabras de Vida Eterna: Jesucristo, Señor nuestro. No es condicionar la relación del hombre con Dios a través de eventos efervescentes, es más bien redescubrir, bajo los parámetros religiosos y eclesiales, la necesidad de sentir el peso del pecado, convertir el corazón de piedra en un corazón de carne semejante al corazón de Cristo y buscar la reconciliación plena con Dios y el prójimo.

Así pues, siendo instrumentos del evento Cristo, es responsabilidad de los dirigentes familiares, religiosos, políticos y demás entes sociales de San Alberto, abrir espacios concretos donde se haga operante la verdadera espiritualidad cristiana. Que los miembros de la única Iglesia de Cristo tengan la valentía de acercarse al templo parroquial más cercano a celebrar con un corazón limpio, mediante el Sacramento de la Confesión, el acontecimiento que los sacó de las tinieblas a la Luz admirable, los hace discípulos y misioneros de la Verdad; sin desconocer, además, que es obligación espiritual manifestar la fe que se heredó mediante el testimonio escrito de los Apóstoles y el dinamismo de la tradición eclesial.

En la medida en que el verdadero cristiano sepa vivir estos días de gracia y de salvación a profundidad, no sólo enriquece su espiritualidad, sino que se hace antorcha encendida para quienes lo rodean. Por eso, todos afectuosamente invitados en Cristo Jesús, a ser testigos del amor del Redentor por el género humano en la vivencia profunda del Triduo Pascual, para seguir dando respuesta al compromiso de ser hombres y mujeres de Cristo, comprometidos con la misión.

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